Los programas de reducción de daños en el medio penitenciario (I): encuadre a partir del análisis de su desarrollo en el contexto extrapenitenciario

J Trujols, A Marco*

* Centre Penitenciari d’Homes. Barcelona

 

 

1. INTRODUCCIÓN

Los usuarios de drogas no son un grupo homogéneo en cuanto a la actitud, disposición o preparación para abandonar su consumo. No obstante, hasta fechas bastante cercanas, la práctica totalidad de las estrategias de intervención dirigidas a dicha población estaban orientadas y diseñadas, casi exclusivamente, para usuarios claramente motivados para abandonar dicho consumo, grupo cuyo porcentaje es ciertamente limitado. Basada en la ley del todo o nada y el criterio de «tolerancia cero», la oferta única de programas centrados exclusivamente en la abstinencia ha caracterizado de forma funesta y aciaga el panorama del abordaje de las conductas adictivas hasta la progresiva implementación de los programas de reducción de daños y la consiguiente cohabitación de ambos enfoques en una complementariedad no siempre armónica. El objetivo de esta revisión es reflexionar y describir sucintamente los programas de reducción de daños aplicados en el entorno extrapenitenciario (I) y, en un segundo capítulo (II), en el medio penitenciario.

 

 

2. REDUCCIÓN DE DAÑOS: ORÍGENES, ASUNCIONES Y OBJETIVOS

Tres factores han sido fundamentales a la hora de impulsar y favorecer la necesidad y el desarrollo de los programas de reducción de daños:

1) La constatación generalizada tanto de la limitada efectividad como de la insuficiente cobertura de la oferta terapéutica clásica basada únicamente en programas de intervención orientados a la abstinencia. Como señalan de Andrés et al1, «muchos toxicómanos no se adaptan al ambicioso ‘deseo de abstinencia de los profesionales’; otros consumidores de drogas, dependientes o no, ni siquiera acuden a los servicios al no sentirse atraídos por la ‘oferta’».

2) La aparición del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y la rápida expansión de la infección por VIH entre los usuarios de drogas por vía parenteral, colectivo en el que la seroprevalencia del VIH ha adquirido características de pandemia.

3) La progresiva, aunque aún tímida en demasiados escenarios, tendencia a modificar la clásica relación jerarquizada profesional-usuario basada en el modelo médico tradicional de enfermedad y en una percepción sesgada y excluyente del adicto como persona no competente, en un intento de incorporar la voz de los verdaderos protagonistas - los usuarios de drogas reconocidos como interlocutores válidos- en la definición e implementación de estrategias, programas y recursos con el objetivo de que respondan a las necesidades de dichos usuarios y no a las prioridades de los políticos y profesionales, muchas veces no coincidentes con las citadas necesidades.

Es necesario destacar la importancia de cada uno de estos tres factores en la configuración de un zeitgeist favorable para los programas de reducción de daños y no atribuir el desarrollo de dichos programas únicamente a la aparición del SIDA. Sin negar por ello que este factor haya sido el catalizador de dichos programas en muchos países o que haya acelerado el curso de la historia del abordaje de las conductas adictivas en otros ámbitos geográficos impulsando políticas y programas que sino no se hubiesen implementado hasta dentro de unos años o decenios, diferentes autores señalan ejemplos concretos de políticas e intervenciones anteriores a la aparición del VIH, remontándose algunos incluso al siglo XIX2, claramente englobables en los planteamientos de la reducción de daños, demostrando que no se trata de una perspectiva o abordaje nuevo sino con orígenes anteriores a la epidemia del SIDA 2-8. No obstante, como reconocen Des Jarlais et al 9, dicha epidemia ha posibilitado una mayor profundización y elaboración de la perspectiva de reducción de daños y ha sido el principal motivo por el que líderes políticos inicialmente reacios han permitido la implementación de este tipo de programas.

Los siguientes principios o asunciones son la base de la filosofía y la práctica de la reducción de daños:

1) Aceptar que el consumo de sustancias psicoactivas es una característica común de la historia de la humanidad 4 y forma parte de nuestra sociedad 10. La decisión del usuario de drogas de consumirlas es respetada y aceptada 4. Como señalan entre otros Marlatt 11 y Des Jarlais et al 9, la atención es desplazada del consumo de drogas hacia las consecuencias o efectos de determinadas formas de consumo.

2) El consumo de sustancias psicoactivas es conceptualizado como un fenómeno complejo y multidimensional, abarcando un continuo de conductas que van desde el abuso grave hasta la abstinencia total 10, 12. Se reconoce, igualmente, que algunas formas de consumo son más seguras que otras y que, consiguientemente, es posible reducir al menos una parte sustancial del daño asociado al consumo de drogas sin necesariamente eliminar o, incluso, reducir el consumo en sí 4, 9.

3) El daño asociado al consumo de sustancias psicoactivas es considerado desde una perspectiva multidimensional13. Como afirma de Andrés 1 4, en relación al nivel del daño, el receptor o destinatario puede ser la propia persona usuaria de drogas, su red sociocomunitaria más próxima (familia, amigos, vecinos, etc.) o la sociedad en general y, respecto al tipo de daño, además del daño relativo a la salud, los daños sociales y económicos también entran en juego.

4) Reconocer que la pobreza, el paro y otras desigualdades sociales, así como múltiples formas de discriminación social (racismo, sexismo, etc.) afectan a la vulnerabilidad de las personas y a su capacidad para disminuir los daños 10, 14.

5) Impulsar y propiciar la participación de los usuarios de drogas en el diseño y desarrollo de estrategias y programas de actuación, reconociendo su responsabilidad, competencia y capacidad no sólo para reducir los daños relacionados con su propio consumo sino también para actuar como agentes de salud, potenciándose, en definitiva, una colaboración horizontal entre usuarios de drogas y profesionales 9, 10, 14-16.

Considerando los principios citados como el marco configurador de la perspectiva de la reducción de daños, las estrategias de estos programas pueden definirse, globalmente, como el conjunto de las acciones individuales y colectivas dirigidas a minimizar los efectos físicos, psíquicos y sociales negativos asociados al consumo de drogas 17.

Es imprescindible destacar la interdependencia e imbricación de esta definición con los principios anteriormente citados puesto que un determinado recurso o programa -el caso más manifiesto es el de los programas de mantenimiento con metadona-, potencialmente enmarcable dentro de las estrategias de reducción de daños, puede ser desarrollado e implementado con una dinámica, finalidades u objetivos ajenos y contrarios a los de la reducción de daños, como estrategia de control social, por ejemplo.

Aunque los programas de reducción de daños no se dirigen exclusivamente a consumidores de heroína, la presente exposición se centrará esencialmente en dicho colectivo de usuarios porque es el más ampliamente representado en nuestro ámbito de actuación profesional. No obstante, puede obtenerse información relativa a programas de reducción de daños dirigidos a usuarios de otras sustancias psicoactivas como las anfetaminas 18-22, el alcohol 23-27, el cannabis 28, la cocaína 118, 29, 30, el MDMA o éxtasis 31, 32, o la nicotina 33-35.

 

 

3. PROGRAMAS DE REDUCCIÓN DE DAÑOS

En coherencia con la naturaleza multidimensional del daño citada anteriormente y tal como puede constatarse a continuación en una breve presentación de los diferentes programas de reducción de daños dirigidos a usuarios de heroína, la reducción de daños debe ser igualmente multidimensional 36 y organizar y englobar la práctica simultánea de diferentes servicios sociales y sanitarios 1, 37, siendo cualquiera de estos programas, por sí solo, insuficiente.

 

3.1. Programas de distribución y/o intercambio de jeringuillas

El primer programa de distribución de jeringuillas fue desarrollado el año 1981 por la Junkiebond de Rotterdam -una asociación holandesa de usuarios de heroína- con el objetivo de disminuir la transmisión del virus de la hepatitis B 38-41, existiendo no obstante alguna experiencia anterior puntual y de menor alcance en Gran Bretaña 42. La iniciativa de los usuarios holandeses fue posteriormente -a principios del año 1987- asumida por el Servicio Municipal de Salud de dicha ciudad para prevenir la difusión del VIH. En Estados Unidos, aunque existe alguna iniciativa individual de distribución pública de material estéril de inyección a partir de finales del año 1986 43, el primer programa de intercambio de jeringuillas fue iniciado el año 1988 por un ex-usuario de heroína en la localidad de Tacoma 11. En el Estado español, el primer programa de distribución e intercambio de jeringuillas se desarrolló el año 1988 en Bilbao y alrededores, siendo la iniciativa de la Comisión Ciudadana Anti-Sida de Vizcaya 44,45. El objetivo principal de dichos programas es la disminución de la práctica de compartir el material de inyección, limitándose así las posibilidades de contagio de enfermedades de transmisión sanguínea a otros usuarios de drogas por vía parenteral 1. En este sentido, hay que resaltar el hecho de que, a parte de la distribución de material de inyección estéril (jeringuillas, toallitas de alcohol, etc.) y, en muchos casos, preservativos, dichos programas son un marco incomparable para la educación sanitaria 46 e incluso, si el usuario de drogas lo requiere y/o solicita, un puente hacia otros dispositivos sociosanitarios 47, 48.

Las diferencias principales a la hora de implementar dichos programas radican esencialmente en las cuatro siguientes variables:

1) Método de suministro: Las jeringuillas pueden ser distribuidas o intercambiadas. Consideramos que debe estimularse el retorno de jeringuillas usadas pero el objetivo primordial tiene que ser proporcionar las jeringuillas que el usuario necesita, motivo por el cual la ratio 1:1 requerida por algunos programas debería ser abandonada.

2) Ubicación: El suministro de jeringuillas puede realizarse en unidades móviles que accedan, a pie o utilizando algún tipo de vehículo, allí donde haya un elevado número de usuarios de drogas por vía parenteral 45 o en dispositivos estáticos como oficinas de farmacia 49-52, máquinas expendedoras45, 52, 53, centros de mantenimiento con metadona 54 u otros servicios sociosanitarios46.

3) Personal implicado: El personal implicado puede ser personal sanitario 45, ex-usuarios de drogas por vía parenteral, educadores sociales 46 o usuarios de drogas en activo 55, 38-40.

4) Horario: Los horarios son variables dependiendo, en gran medida, de su ubicación y del personal implicado. No obstante, como afirman de Andrés y Rodés1 es conveniente que se garantice el suministro de jeringuillas las 24 horas del día siete días por semana y, sobre todo, una estabilidad y continuidad en el tiempo.

Múltiples estudios 43, 56-59 han demostrado concluyentemente que los programas de intercambio de jeringuillas disminuyen la práctica de compartir jeringuillas y, consiguientemente, reducen la incidencia del VIH en la población de UDVP, no evidenciándose, paralelamente, un aumento del número de dichos usuarios ni de los niveles de consumo de drogas a nivel comunitario.

 

3.2. Programas outreach

Aunque, tal como afirman Nadelmann et al 2, muchos de los programas de intercambio de jeringuillas se basan en un trabajo outreach, este tipo de trabajo o programas no siempre conlleva la distribución o intercambio de jeringuillas, motivo suficiente para dedicarle un apartado diferenciado.

El trabajo outreach no se basa en esperar a que los usuarios de drogas acudan en busca de ayuda o tratamiento cuando perciban tener algún tipo de problema relacionado con dicho consumo, sino que radica en salir al encuentro de dichos usuarios con el objetivo de proporcionarles información y/o servicios directamente en la comunidad 60. Los programas outreach más comunes son los que distribuyen material de inyección estéril y preservativos, así como folletos o comics, generalmente diseñados por los propios usuarios, que describen los pasos a seguir para una inyección más segura 15, 61. Otros folletos pueden detallar pautas de actuación en caso de sobredosis 67 o, en relación a sustancias no opiáceas, orientaciones para un consumo igualmente más seguro 15, 32. Una de las variantes principales del trabajo outreach, denominada "indigenous outreach" o "peer outreach", es la que emplea ex-usuarios o usuarios en activo como agentes de salud. La diferencia esencial entre el peer outreach y el indigenous outreach radica en la población o grupo diana de la intervención 60. Mientras que en el peer outreach la población diana es la propia red social consumidora o grupo de pares del agente de salud (pudiendo los miembros de dicho grupo ser animados para actuar, a su vez, como agentes de salud, provocándose un efecto multiplicador similar al de una bola de nieve) 63 en el caso del indigenous outreach el grupo diana es la población general de usuarios. Diferentes estudios 64-69 han demostrado no sólo la efectividad del indigenous outreach y el peer outreach, sino también su superior eficacia respecto a programas outreach más clásicos basados en el trabajo de profesionales sociosanitarios.

 

3.3. Programas de mantenimiento con metadona

Numerosos estudios 57, 70-72 han confirmado consistentemente que el mantenimiento con metadona, al reducir la práctica de compartir jeringuillas, está asociado con un menor riesgo de contraer el VIH. No obstante, como señalan Ward et al 72, esta conclusión es correcta únicamente mientras el usuario de drogas se mantenga en tratamiento y reciba una dosis adecuada de metadona. Dosis bajas de metadona y una orientación dirigida a la más o menos rápida consecución de la abstinencia de dicha sustancia pueden provocar resultados ciertamente nefastos. En cambio, aumentar tanto su disponibilidad y accesibilidad -mediante una rápida admisión en programa después de la solicitud de inclusión 73-76, un aumento de las unidades móviles de dispensación 77, 78 y del número de oficinas de farmacia dispensadoras 79, 80, así como la plena incorporación de los centros de asistencia primaria como recurso prescriptor y/o dispensador 81-87, no sólo incrementaría su efectividad sino que favorecería la normalización de dichos programas y, a la vez, la incorporación psicosocial de los usuarios de heroína al disminuir su aislamiento y estigmatización, otro de los objetivos de la reducción de daños.

 

3.4. Programas de mantenimiento con otros agonistas opiáceos

Además de la metadona, diferentes agonistas opiáceos han sido utilizados como sustitutivos en programas de mantenimiento. Es el caso de la buprenorfina -un agonista parcial- 88, 91-94, el LAAM95-97, la morfina 98-103, la codeína 104 y el palfium 105. Aunque tanto la buprenorfina como el LAAM han demostrado su efectividad como sustancia de mantenimiento en ensayos clínicos, la limitada duración de dichos estudios, en parte debida a la reciente introducción de dichas sustancias, así como la limitada generalizabilidad de los resultados debido a la procedencia de las muestras estudiadas (mayoritariamente usuarios ya en tratamiento y originarios casi exclusivamente de Estados Unidos), no permiten extraer aún conclusiones definitivas respecto a la utilidad del mantenimiento con dichas sustancias como estrategia de reducción de daños. En el caso de las otras sustancias agonistas citadas, tanto el número y tipo de estudios como el reducido tamaño de las muestras impiden igualmente la obtención de conclusiones sustantivas más allá del hecho de que existen usuarios de heroína susceptibles de implicarse en dichos programas de mantenimiento, circunstancia que desde la perspectiva de la reducción de daños ya es suficientemente relevante como para no descartar a priori ninguna de dichas alternativas. Es imprescindible dedicar más esfuerzos y un mayor rigor metodológico a la investigación de la potencial utilidad de estos -y otros- agonistas opiáceos en la reducción de daños.

 

3.5. Programas de mantenimiento con heroína

En Suiza se han realizado los primeros estudios desde el British System 106, 107 -experiencia inglesa muy difícil de evaluar-, que proponen la prescripción y dispensación médicamente controladas de heroína a usuarios de dicha sustancia 108, 109. Los resultados presentados por Uchtenhagen 109 son positivos a nivel de retención en programa, mejora del estado de salud y modificación del estilo de vida. No obstante, la falta de un grupo control limita inevitablemente cualquier conclusión. Perneger et al 108, en un estudio realizado con un mayor rigor metodológico, concluyen que un programa de mantenimiento con heroína es no sólo viable sino clínicamente efectivo para usuarios de heroína que no se benefician de los abordajes convencionales. Aunque provisionalmente los resultados son, por tanto, esencialmente esperanzadores, los estudios realizados hasta la actualidad no permiten demostrar concluyentemente la utilidad de este tipo de abordaje. Consideramos pues necesaria y justificable la realización de nuevos estudios sobre la prescripción y dispensación de heroína. En este sentido, hay que destacar el inicio reciente de un programa similar en Holanda110 y los proyectos existentes en Canadá111 y Australia 112, 113. Es especialmente relevante el caso del proyecto australiano: seis años de trabajo científicamente riguroso e impecable de planificación y desarrollo de dicho proyecto de estudio así como un completo análisis de su justificación, ética y viabilidad 112-120 han sido parados exclusivamente por motivos políticos 121, 122. Entendemos que los programas de mantenimiento con heroína no deben ser descartados a priori por decisiones políticas basadas en prejuicios y no en evidencias empíricas, sino diseñados e implementados de forma que permitan su evaluación y posterior obtención de conclusiones respecto a su utilidad en la reducción de daños.

 

3.6. Programas de atención socio-sanitaria urgente

Los dispositivos de atención socio-sanitaria urgente 123, 124, ubicados cerca de los escenarios naturales donde se agrupa un mayor número de usuarios de drogas por vía parenteral, pretenden contactar con los usuarios más marginados y ofrecerles, en base a sus necesidades y en un marco de acogida inmediata, asesoramiento y material de inyección estéril para un consumo más seguro, atención y cuidados médicos, servicio de duchas y lavandería, una alimentación mínima, etc.

 

3.7. Espacios para una inyección más segura

Con el objetivo de disminuir los episodios de sobredosis y las prácticas de riesgo a la hora de inyectarse, se han establecido, en el marco o no de dispositivos ya existentes y sobre todo en Suiza 125-127, espacios para una inyección más segura en los que el usuario de drogas por vía parenteral dispone tanto de material de inyección estéril para consumir la droga que trae consigo como de la supervisión de un profesional sanitario.

 

3.8. Distribución de naloxona

Diferentes autores 1, 128-133 plantean la posibilidad de distribuir, a través de otros programas o dispositivos, ampollas de naloxona -un antagonista opiáceo- a los usuarios de heroína como estrategia de reducción de la morbilidad y la mortalidad asociadas a los episodios de sobredosis. No obstante, desconocemos la existencia no sólo de estudios que hayan evaluado la efectividad de dicha propuesta, sino también de experiencias que la hayan puesto en práctica, enmarcada o no en un proyecto más amplio de técnicas de prevención y manejo de los episodios de sobredosis.

 

 

4. LA REDUCCIÓN DE DAÑOS Y LA COMPETENCIA DE LOS USUARIOS DE DROGAS

La idea misma de que un usuario de drogas ilegales es una persona competente y capaz de decidir y escoger reducir los daños individuales y colectivos derivados del consumo de drogas, diferencia la perspectiva de la reducción de daños de otras perspectivas igualmente presentes en el ámbito del abordaje de las conductas adictivas 9. Estas perspectivas ajenas a la reducción de daños tienden a enfatizar las limitaciones o déficits en la elección racional atribuidos genéricamente a toda persona dependiente de una sustancia psicoactiva, atribución falaz y malintencionada ya que se trata de una cuestión de prioridades (a la vez que de acceso a la información y de disponibilidad de medios) y no de competencia. Como constata de Andrés 14, la gran mayoría de equipos que han desarrollado programas de reducción de daños han contactado con multitud de heroinómanos que, aun manteniéndose en consumo activo, presentan unas capacidades y unos niveles de competencia que obligan a modificar la representación estereotipada del adicto a opiáceos como persona no competente.

Un ejemplo de la competencia de los usuarios de drogas es el hecho de que dichos usuarios y las organizaciones o asociaciones que los agrupan o representan han realizado importantes contribuciones intelectuales y prácticas al ámbito de la reducción de daños. Únicamente recordar su competencia como agentes de salud en los programas outreach 134 o que el primer programa de intercambio de jeringuillas fue desarrollado el año 1981 por la Junkiebond de Rotterdam 38, 39 y añadir, a título de ejemplo, que dicha organización elaboró en 1984 el primer folleto preventivo en relación al VIH dirigido a usuarios de drogas por vía parenteral 135 y que Nico Adriaans, uno de los fundadores de dicha organización de usuarios, realizó las primeras observaciones sistemáticas de frontloading 135, una de las formas indirectas de compartir jeringuillas 136-138.

Friedman et al 139 aportan igualmente evidencias adicionales contrarias al mito de la incompetencia de los usuarios de drogas, ejemplificadoras incluso del hecho de que dichos usuarios actuan a veces de forma más competente que las propias instituciones de salud pública. Como afirman de Andrés et al 15, «la organización activa de los consumidores de drogas es un elemento clave para modificar aspectos de la representación social, establecida alrededor de estereotipos y de imágenes culturales que hacen del consumidor de drogas un objeto del cual hablan los otros, siempre de él, pero sin él». Existen numerosos ejemplos15, 140-151 de la autoorganización de usuarios de drogas o del desarrollo de asociaciones de usuarios y profesionales en países como Australia, Francia, Estados Unidos, Holanda o Suiza, así como múltiples manifestaciones de su activismo y competencia no sólo en el ámbito de la reducción de daños.

En nuestro medio de referencia, a pesar de la existencia, tal como señalan de Andrés et al 15, de factores socioculturales (esencialmente el reciente pasado político del país -en el que se limitaba sobremanera la organización espontánea y no se favorecían las iniciativas no-profesionales- y la tendencia a recurrir a estructuras tradicionales de apoyo -la familia sobre todo pero también el vecindario-) que no predisponen a la población general a autoorganizarse -hecho que en el caso de los usuarios de drogas representa una dificultad añadida-, han aparecido recientemente diferentes iniciativas y experiencias de colaboración horizontal entre usuarios y profesionales, reconocidos ambos como agentes competentes y expertos, que han cristalizado en la formación de asociaciones como la Agrupación de Usuarios y Profesionales en torno al Autobús de Metadona 152 o la Asociación Somos Útiles -ASUT- 14.

 

 

5. LA REDUCCIÓN DE DAÑOS Y EL DEBATE SOBRE LA LEGALIZACIÓN DE LAS DROGAS

De acuerdo con Drucker 153, puede afirmarse que muchas de las consecuencias más destructivas y de los problemas refractarios del consumo de drogas ilegales no son el resultado de las drogas per se, sino de las leyes y políticas sobre drogas, es decir, la ilegalidad de dichas sustancias y la criminalización del usuario. En este sentido, tal como reconocen Grund et al 38, 39 y la Primera Conferencia Internacional sobre la Reducción de los Daños Relacionados con la Droga, debería propiamente hablarse de daños relacionados con las disposiciones jurídicas sobre drogas.

No obstante, y aún siendo mayoritaria esta tendencia en el ámbito de la reducción de daños, no son unánimes ni el reconocimiento de la relación causal entre políticas prohibicionistas y muchas de las consecuencias negativas asociadas o derivadas del consumo de drogas, ni, en menor medida aun, la constatación de la necesidad de probar y evaluar planteamientos alternativos, entre ellos la legalización. En este sentido, algunos autores 154, 155 señalan que dentro del movimiento de la reducción de daños coexisten prohibicionistas y partidarios de la legalización o, en palabras de Nadelmann155: prohibicionistas progresistas y progresistas pro-legalización. Por ejemplo, Bonino 156 afirma que «[...] seguimos dentro de la lógica de la sensatez al revés: el peso de la prueba debería estar obviamente a cargo de los partidarios de la prohibición; son ellos los que deben demostrar la eficacia de las políticas en vigor desde hace varias décadas, en vez de pontificar sobre los posibles fracasos de planteamientos alternativos que ni siquiera quieren probar». A este respecto, entendemos, que se han de efectuar ensayos clínicos con prescripción y dispensación controladas de heroína y, también, estudios a nivel regional o estatal que comparen la descriminalización de la heroína con la política actual de prohibición, tal y como sugiere Venning 157.

 

 

6. DISCUSIÓN

La aceptación política, profesional y pública de los programas de reducción del daño aún no es paralela a su absoluta necesidad. Sin ánimo de ser exhaustivos, dos grandes líneas argumentales, no mútuamente excluyentes sino estrechamente vinculadas, pueden ser aducidas para intentar delimitar el porqué de esta limitada implementación de los programas de reducción de daños:

1) Un factor determinante, como afirma Mino 158, es el hecho de que las conductas adictivas y su abordaje muestran que una gran parte de nuestro irracional colectivo se ha refugiado en este ámbito. No es ajena a la configuración de dicho irracional colectivo la globalización de la «guerra contra la droga» 2, es decir la preponderancia mundial del régimen prohibicionista -y su correlato abstencionista en el ámbito interventivo- promovido por los Estados Unidos desde principios de siglo.

2) Otro factor igualmente importante es, como señala Friedman 159, la posibilidad de que las políticas contrarias a la reducción del daño sean mantenidas porque benefician a determinados intereses. Friedman muestra, en un análisis provisional, como la no implementación de programas de reducción de daños no es una consecuencia de la ignorancia o estupidez de los políticos ni de la inercia política o burocrática, sino una decisión meditada y políticamente útil para mantener algunos intereses. El elemento principal de la argumentación de Friedman (1998) es que las políticas que mantienen o, incluso, incrementan los daños relacionados con el consumo de drogas, posibilitan la utilización de los usuarios de drogas como chivos expiatorios, distrayendo así la atención de los problemas estructurales y de las políticas que agravan las dificultades a las que la gente se enfrenta, hecho que permite dividir comunidades con el doble objetivo de disminuir su oposición y resistencia a determinadas políticas socioeconómicas y, a la vez, reforzar ideologías punitivas e individualistas.

Sea como fuere, los programas de reducción de daños no deben ser concebidos únicamente como estrategias para enfrentarse a la pandemia del sida y, por lo tanto, destinados a desaparecer si se logra controlar o erradicar esta enfermedad. Los programas de reducción de daños deben conceptualizarse como uno de los eslabones iniciales de un proceso emergente de normalización del uso de sustancias psicoactivas, de reconocimiento de los usuarios de drogas como personas responsables y competentes para determinar y organizar sus propias vidas y, en definitiva, de respeto de los derechos humanos del usuario de drogas como los de cualquier otro ciudadano.

 

 

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CORRESPONDENCIA

Joan Trujols
Unitat de Conductes Addictives
Servet de Psiquiatria
Hospital de la Santa Creu i Sant Pau
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08025 Barcelona
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