EDITORIAL
Sanidad Penitenciaria e Investigación
A lo largo del desempeño de mi profesión como enseñante e investigadora en el área de Salud Pública, he participado en muchas ocasiones en cursos y seminarios sobre Metodología de Investigación dirigidos a diferentes colectivos de profesionales sanitarios. Cada uno de estos encuentros, sin embargo, ha sido siempre distinto de los precedentes en función, sobre todo, de la experiencia en investigación de cada uno de los grupos. Y al decir experiencia no me refiero sólo a las habilidades o resultados desarrollados en los trabajos de investigación en los que cada cual haya podido participar, sino también a la experiencia vital que dicha participación ha supuesto. Esta experiencia suele variar en función de los recursos disponibles, tanto materiales como personales formación, tiempo, etc., de las posibilidades para trabajar en equipo, para contar con redes de comunicación y asesoramiento adecuadas y, en definitiva, con una estructura organizativa que facilite todo el proceso de la investigación y posibilite la colaboración científica interdisciplinar. Cuando hacemos repaso a todas estas condiciones, el balance, en la mayoría de los colectivos de profesionales sanitarios, suele ser bastante negativo. Si bien es cierto que se ha incrementado en los últimos años la oferta de cursos de formación en metodología de investigación, poco se ha avanzado, y en algunos casos hasta se ha retrocedido, en la creación y consolidación de redes y estructuras que faciliten el desarrollo de la investigación integrada en la propia práctica profesional. La situación de la Sanidad Penitenciaria, en este sentido, puede ser incluso más extrema dada la dispersión de los profesionales y la desconexión de la administración sanitaria penitenciaria respecto a las actividades de formación e investigación dependientes del Sistema Nacional de Salud.
Las condiciones de gestión, organizativas y presupuestarias necesarias para llevar a cabo investigación aplicada a la mejora de la propia práctica profesional son, en nuestro país, demasiado dependientes de los vaivenes políticos y de los cambios en las prioridades presupuestarias. Sin embargo, hay algo que sí depende de nosotros y en lo que podemos y debemos seguir trabajando: en nuestra propia formación como profesionales con capacidad para planificar y llevar a cabo un proyecto de investigación, así como para identificar las necesidades de asesoramiento. Si no hay masa crítica, difícilmente se podrán reclamar o promover estructuras organizativas que faciliten la investigación.
Como primer paso necesario hay que tomar conciencia de la utilidad potencial de la investigación. No debemos olvidar que el fin último de la misma es mejorar las condiciones de salud de las poblaciones, bien sea dando un paso más en el conocimiento de los mecanismos biológicos y sociales que explican la distribución y dinámica de los procesos de salud y enfermedad (investigación etiológica), o solucionando problemas aquí y ahora al aportar datos útiles para la toma de decisiones y el desarrollo y evaluación de las intervenciones (investigación aplicada y participativa)1. La población reclusa es un colectivo con graves problemas de salud que requiere una mayor atención y, por tanto, más recursos sanitarios. La investigación es una herramienta esencial no sólo para describir y entender los problemas de salud de la población reclusa, sino también para desarrollar y evaluar programas de promoción y protección de la salud en este colectivo.
Pero además de reconocer y valorar la necesidad de la investigación, es fundamental adquirir las habilidades necesarias para que ésta se lleve a cabo con validez y rigor científico. La preparación de un proyecto de investigación, es decir, todo el trabajo que es necesario hacer antes de comenzar a recoger datos, analizarlos e interpretarlos, es una etapa esencial que es imposible evitar, al igual que no es posible para un clínico iniciar un proceso diagnóstico sin una estrategia de diagnóstico diferencial, o sin haberse procurado los instrumentos necesarios para la exploración y pruebas complementarias.
El proceso de la investigación es algo más que un mero conjunto de métodos para la recogida y tratamiento de los datos. El valor potencial de un estudio en particular viene establecido en primer lugar por la relevancia o pertinencia de su pregunta de investigación, es decir, saber contestar a la pregunta de ¿para qué? hacemos ese proyecto de investigación y que la respuesta sea ética, social y científicamente aceptable. La validez de los hallazgos del estudio dependen también de la utilización de una metodología y métodos adecuados que permitan transformar la pregunta de investigación en un plan operativo válido y factible2.
Actualmente existen diversas guías y manuales de metodología de investigación epidemiológica y clínica, así como una amplia oferta de cursos de metodología de investigación en programas de formación continuada y otros programas impartidos en Universidades y Escuelas de Salud Pública. La aplicación de los avances telemáticos a la enseñanza está favoreciendo las posibilidades de autoaprendizaje mediante el diseño de cursos de formación a distancia y programas interactivos de enseñanza por ordenador, aunque el desarrollo en nuestro contexto sea aún insuficiente. La Sociedad Española de Epidemiología (SEE) está llevando a cabo una iniciativa para promover este tipo de programas educativos, y con tal fin tendrá lugar el 27 y 28 de septiembre próximo un encuentro en la Escuela de Verano Salud Pública de Mahón3 sobre la Aplicación de nuevas tecnologías en la enseñanza de la Epidemiología. Esta misma Escuela de Verano supone un esfuerzo colectivo de diversas instituciones de salud pública para favorecer las posibilidades de encuentro y formación de los profesionales sanitarios en este área.
La Revista Española de Sanidad Penitenciaria es un claro ejemplo del trabajo de otra sociedad profesional, la SESP, por favorecer el desarrollo y difusión de la investigación. Pero para que estos cauces funcionen, es fundamental fomentar la formación entre los profesionales de la sanidad penitenciaria de grupos y redes de investigación capaces de producir estudios que mejoren su propia práctica profesional y, con ello, las condiciones de salud de la población interna.
Miquel Porta, en el prólogo del Informe de la SEE sobre la investigación epidemiológica del VIH/sida en España4, sintetiza con palabras precisas la justificación y valor de la investigación: «Además de solucionar múltiples problemas tangibles (…), nuestra profesión posee una larguísima tradición de análisis de las causas primigenias de la enfermedad, de reflexión sobre los determinantes globales (ecológicos, culturales, sanitarios, económicos, políticos) de la salud de las poblaciones. Deberíamos permanecer fieles a esas raíces históricas, a la epidemiología crítica. Inherentemente crítica, a veces incómoda, a veces desafiante. Nada nos impide compatibilizar aquella fidelidad histórica con el progreso metodológico, el interés por los mecanismos moleculares, la atención a las inferencias desde la población a la clínica o la preocupación por la eficiencia económica. Pero el sida nos recuerda que los viejos valores (¿humanistas?) deben prevalecer por encima de todo. Por eso hablamos de salud pública».
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Baum F. Investigación en salud pública: el debate sobre las metodologías cuantitativas y cualitativas. Revisiones en Salud Pública 1997; 5: 175-93.
2. Rebagliato M. Investigación y metodología. El protocolo de investigación. En: Rebagliato M, Ruiz I, Arranz M (eds.). Metodología de investigación en Epidemiología. Madrid: Díaz de Santos, 1996: 1-18.
3. Escuela de Verano de Salud Pública. http:/ /www.cime.es/evsp.htm
4. Porta Serra M. Prólogo: El SIDA y nuestra casa común, la salud pública. En: Casabona J, Caylá J, Hernández I, Rodríguez A, Ruiz I, Vall M, Wang J. Sociedad Española de Epidemiología. Informe sobre la investigación epidemiológica en VIH/sida en España. CEESCAT, Documento Técnico nº 3. Barcelona: Centre d’Estudis Epidemiològics sobre la SIDA a Catalunya, Generalitat de Catalunya, 1996.
Marisa Rebagliato Ruso
Departamento de Salud Pública
Universidad Miguel Hernández
rebagli@umh.es
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